Masacre de jesuitas revive en novela de escritor salvadoreño

La novela de Jorge Galán recuenta la masacre de los jesuitas en 1989 y pone nombre a los asesinos
Fueron asesinados seis sacerdotes jesuitas, cinco españoles y uno salvadoreño, y la empleada del hogar y su hija, por el ejército salvadoreño
El libro cuenta con el testimonio decisivo del entonces presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani

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Decía Salman Rushdie que en el exilio todo intento de arraigo se considera traición y es el reconocimiento de la derrota. Así se siente también el escritor salvadoreño Jorge Galán que desde noviembre pasado asumió que denunciar la impunidad en el país más violento del mundo le iba a salir caro. Reconstruir la historia de los seis jesuitas que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989, y recogerla en la novela Noviembre, le costó recibir amenazas continuas de muerte que le obligaron a exiliarse, a reconocer su derrota, a dejar allí a su familia, hace cinco meses.
“Nunca pensé que pudiera verme en una situación así. Cuando escribía el libro no hice caso de las advertencias que recibí. Sabía que era peligroso, pero pensé que se impondría la cordura”, recuerda Galán (San Salvador, 1973). “Algunas cosas ya habían sido contadas en informes judiciales o del gobierno. Estaban ahí, eran conocidas. Tuve que unir todas las piezas para mostrar la crueldad de la que fueron capaces y la impunidad de la que hoy disfrutan”.



En la mañana del 16 de noviembre de 1989 aparecieron en el jardín trasero de la Universidad Centroamericana ‘José Simeón Cañas’, la UCA, de San Salvador, seis cuerpos que yacían boca abajo en el lugar en el que les habían disparado de madrugada. Eran seis sacerdotes jesuitas, cinco de ellos españoles y el sexto salvadoreño
Acostumbrados al silencio y al miedo, el libro debió ser incómodo para los responsables del crimen. Galán decidió no ocultar sus nombres. “El sacrificio de aquellos hombres, de los padres jesuitas, fue conmovedor. Eran personas con mucho talento, con carreras muy prometedoras, que estaban dispuestos a entregar su vida por un pueblo que no era el suyo. Me habría sentido un traidor siendo cómplice del silencio y el olvido”, añade.

Un mañana trágica

En las páginas de Noviembre, publicada por Planeta en México y Centroamérica, Galán cuenta cómo la mañana del 16 de noviembre de 1989 aparecieron en el jardín trasero de la Universidad Centroamericana ‘José Simeón Cañas’ (UCA) de San Salvador, seis cuerpos que yacían boca abajo en el lugar en el que les habían disparado de madrugada. Eran seis sacerdotes jesuitas, cinco de ellos españoles y el sexto salvadoreño. Entre ellos, Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad y destacado filósofo, escritor y teólogo nacido en un pequeño pueblo de Vizcaya, España, en 1930, que había intentado mediar para lograr la paz en El Salvador, entonces en plena guerra civil.
Además de Ellacuría, que había regresado de España al país centroamericano tan solo tres días antes, vestidos con batines, pijamas o ropa para dormir, también yacían los cuerpos de los religiosos Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López (el único salvadoreño de los jesuitas asesinados y fundador de la Universidad). Pero ellos no fueron las únicas víctimas. Dos mujeres, Elba Ramos, empleada del hogar, y su hija Celina, de 15 años, se encontraban en el sitio y momento equivocados. No podían quedar testigos de aquella matanza.
La guerra entre la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno salvadoreño había comenzado en 1980 y tenía ya un saldo de 70,000 muertos y un millón de desplazados. En aquel mes de noviembre de 1989 la guerrilla había iniciado una ofensiva para tomar algunas zonas del país, y cada uno de sus éxitos tenía una dura respuesta del gobierno y de los temidos escuadrones de la muerte, grupos clandestinos de extrema derecha.
Una de aquellas reacciones a la ofensiva fue la acción que emprendió uno de los batallones de élite del ejército salvadoreño, el Atlacátl. La tarde del 16 de noviembre, la unidad recibió la orden de penetrar en la UCA y acabar con Ellacuría y los posibles testigos. La razón: el jesuita, partidario de la Teología de la Liberación, había sido acusado en ocasiones anteriores de favorecer la causa de la guerrilla y su muerte eliminaría las posibilidades de una posible negociación entre las dos partes del conflicto.
La tragedia impactó al joven Galán, que en ese momento tenía 16 años y por aquel entonces se subía a los tejados para ver los bombardeos sobre su ciudad, San Salvador. Pero aquella mañana no hizo falta subir a ningún tejado para presentir el frío que arrastra las malas noticias.
Los soldados cumplieron las órdenes que habían recibido, y no dejaron a nadie con vida, dispararon varias veces sobre los cuerpos de los jesuitas, colocaron pruebas falsas para implicar a la guerrilla y abandonaron la zona tras la señal de unas bengalas.
Poco antes de su asesinato, Ellacuría había dicho que la causa de aquella guerra no era otra que el control por parte de algunas familias adineradas sobre la mayor parte de las tierras productivas del país, pero rechazaba la revolución y había apostado por la negociación entre las partes. Por eso, con su muerte, los puentes de la paz se hacían insostenibles.
“Ellacuría se había reunido con el presidente (Alfredo) Cristiani y estaba cerca de lograr un acuerdo entre el gobierno y la guerrilla. La guerra es un negocio deplorable que en aquel momento estaba haciendo ricos a muchos militares. No iban a permitir que se acabara”, explica Galán, que años después se decidió a escribir la historia de aquellos mártires.
Galán, que en aquel 1989 ya había empezado a escribir sus primeros versos, desarrolló su carrera literaria principalmente centrada en la poesía. Figura fundamental en la escena cultural salvadoreña, empezó a ser conocido en España después de ganar el prestigioso Premio Adonais de poesía en el 2006, con su obra Breve historia del Alba, y tras años más tarde el Premio Antonio Machado. Aunque ya había publicado otras novelas, como El sueño de Mariana, premio nacional en El Salvador, en España su primera obra de narrativa que salió a la luz fue La habitación al fondo de la casa, con prólogo de la escritora Almudena Grandes y con ediciones en Italia, Francia, Grecia, Brasil, Holanda o Serbia.

Las condenas fueron un farsa

La idea de escribir la historia del asesinato de los jesuitas siempre había estado rondando al escritor, que se negó a aceptar el silencio y la amnistía que se otorgó a los responsables de la matanza. De hecho, en El Salvador se celebró un juicio contra 20 militares en 1992, pero sólo fueron condenados un coronel y un teniente a 30 años de prisión.
No obstante, aquello fue una farsa y mientras los soldados rasos aceptaron su responsabilidad, los mandos la negaron. Un año después del juicio, los dos condenados fueron amnistiados y puestos en libertad, gracias a una ley que permite a todos los que participaron en el conflicto armado la impunidad, la memoria imposible en un país en el que el miedo puede medirse cada día, 40 muertos, el lugar más violento de la Tierra.
No se puede construir un país sobre una injusticia. No se trata sólo del crimen de los jesuitas. Se trata de una cuestión moral, del respeto a las personas, de la rectitud en la defensa de los derechos humanos. Sin ello, no habrá manera de vivir en paz
Jorge Galán, escritor
Por eso en el 2011 un juez español, el magistrado Eloy Velasco de la Audiencia Nacional, aceptó investigar el caso tras considerar aquel juicio un fraude de ley, y con base en los principios de justicia universal, después de la denuncia de la Asociación Pro Derechos Humanos de España y el Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA, por su sigla en inglés).
“No se puede construir un país sobre una injusticia. El resultado es el que puede verse, un estado en descomposición, una sociedad fallida. No se trata sólo del crimen de los jesuitas. Se trata de una cuestión moral, del respeto a las personas, de la rectitud en la defensa de los derechos humanos. Sin todo ello, no habrá manera de vivir en paz”, explica Galán.

Amenazas y exilio

Noviembre es un mes en el que la luz de San Salvador se vuelve más clara, en el que el bullicio de las aves es el sonido del amanecer. El primero de noviembre pasado, Jorge Galán caminaba hacia su casa. Un coche se detuvo a unos metros de él. Alguien dijo su nombre, alguien mencionó a los jesuitas asesinados, “comunistas de mierda”, y sacaron un arma. Galán corrió en dirección a la embajada de Estados Unidos. Entonces comenzó una huida que parece no haber hecho nada más que empezar.
“Ha sido muy duro dejar El Salvador. Me siento desolado, lejos de mi familia, de todo lo que más me importa”, cuenta desde su exilio en España.
Aquella tarde recibió un mensaje que no olvidará jamás. Alguien le invitaba a una fiesta, alguien a quien no conocía y a quien prefiere no conocer nunca. El primero de noviembre fue domingo. Los servicios de inteligencia dieron toda la credibilidad a la amenaza y los jesuitas de la UCA, los mismos que cubrieron con sábanas los cuerpos de los padres asesinados, acompañaron a Galán al aeropuerto, camino del exilio.
“Durante aquel vuelo sentí una soledad muy profunda, algo se había roto para siempre y dejaba en mí un vacío. Al bajar del avión supe que se había difundido un manifiesto de apoyo y por un momento me sentí reconfortado. Si bien la soledad seguía dentro de mí, había algo afuera que me daba esperanza”, recuerda.
El mismo día que Galán salió del país se difundió un manifiesto de apoyo en el que se pedía a la comunidad internacional que protegiera la vida del escritor salvadoreño. Entre los firmantes de aquel documento destacan Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura), Yusef Komunyakaa y Charles Simic (ganadores del Premio Pulitzer), Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Almudena Grandes. Ya en Madrid, lo recibieron algunos amigos como la propia Grandes y Luis García Montero, que lo alojaron en su casa. Por el momento, Galán se encuentra en España, a la espera de que este país resuelva su petición de refugio por el peligro que corre su vida.
Noviembre reconstruye la historia a partir de los testimonios de algunos de sus protagonistas. El padre José María Tojeira, provincial de los jesuitas en San Salvador; el padre Jon Sobrino, el único del grupo que no se encontraba en la residencia aquella noche; e incluso el entonces presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, que por primera vez accedió a hablar sobre lo ocurrido con un investigador.
“El testimonio de Cristiani es decisivo. Él señala por primera vez a quienes dieron la orden de la matanza de los jesuitas”, explica el autor.
Fernando Valverde, poeta y profesor español en Emory University, Atlanta. Su libro más reciente se titula ‘La insistencia del daño’ (Visor).
El Nuevo Herald

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