Poesía
I
De los
hermosos el retoño ansiamos
para que
su rosal no muera nunca,
pues
cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará
su memoria su heredero.
Pero tú,
que tus propios ojos amas,
para
nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre
produces en donde hay hartura,
demasiado
cruel y hostil contigo.
Tú que
eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de
la radiante primavera,
sepultas
tu poder en el capullo,
dulce
egoísta que malgasta ahorrando.
Del mundo
ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos,
lo que es suyo no devoren.
II
Cuando
asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden
surcos en tu prado hermoso,
tu
juventud, altiva vestidura,
será un
andrajo que no mira nadie.
Y si por
tu belleza preguntaran,
tesoro de
tu tiempo apasionado,
decir que
yace en tus sumidos ojos
dará
motivo a escarnios o falsías.
¡Cuánto
más te alabaran en su empleo
si
respondieras : - « Este grácil hijo
mi deuda
salda y mi vejez excusa »,
pues su
beldad sería tu legado!
Pudieras,
renaciendo en la vejez,
ver cálida
tu sangre que se enfría.
III
Mira a tu
espejo, y a tu rostro dile:
ya es
tiempo de formar otro como éste.
Si no
renuevas hoy su lozanía,
al mundo
engañas y a una madre robas.
¿Quién es
la bella del intacto seno
que tu
cultivo marital desdeñe?
y ¿quién
tan loco para ser la tumba
de un
amor egoísta sin futuro?
Tu madre
encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia
de su abril, su primavera;
así, de
tu vejez por las ventanas,
aunque
mustio, verás tu tiempo de oro.
Mas si
pasar prefieres sin memoria,
muere
solo y tu imagen morirá.
IV
Derrochador
de encanto, ¿por qué gastas
en ti
mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza
presta y no regala,
y,
generosa, presta al generoso.
Luego,
bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que
se te dio para que dieras?
Avaro sin
provecho, ¿por qué empleas
suma tan
grande, si vivir no logras?
Al
comerciar así sólo contigo,
defraudas
de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te
llamen a partir, ¿qué saldo
podrás
dejar que sea tolerable?
Tu
belleza sin uso irá a la tumba;
usada,
hubiera sido tu albacea.
V
Las horas
que gentiles compusieron
tal
visión para encanto de los ojos,
sus
tiranos serán cuando destruyan
una
belleza de suprema gracia:
porque el
tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano
que en su seno arruina;
la savia
hiela y el follaje esparce
y a la
hermosura agosta entre la nieve.
Si no
quedara la estival esencia,
en muros
de cristal cautivo líquido,
la
belleza y su fruto morirían
sin dejar
ni el recuerdo de su forma.
Mas la
flor destilada, hasta en invierno,
su ornato
pierde y en perfume vive.
VI
No dejes,
pues, sin destilar tu savia,
que la
mano invernal tu estío borre:
aroma un
frasco y antes que se esfume
enriquece
un lugar con tu belleza.
No ha de
ser una usura prohibida
la que
alegra a quien paga de buen grado;
y tú
debes dar vida a otro tú mismo,
feliz
diez veces, si son diez por uno.
Más que
ahora feliz fueras diez veces,
si diez
veces, diez hijos te copiaran:
¿qué
podría la muerte, si al partir
en tu
posteridad siguieras vivo?
No te
obstines, que es mucha tu hermosura
para
darla a la muerte y los gusanos.
VII
¡Ve! si
en oriente la graciosa luz
su cabeza
flamígera levanta,
los ojos
de los hombres, sus vasallos,
con
miradas le rinden homenaje.
Y
mientras sube al escarpado cielo,
como un
joven robusto en su edad media,
lo siguen
venerando las miradas
que su
dorada procesión escoltan.
Pero
cuando en su carro fatigado
deja la
cumbre y abandona al día,
apártanse
los ojos antes fieles,
del
anciano y su marcha declinante.
Así tú,
al declinar sin ser mirado,
si no
tienes un hijo, morirás.
XV
Cuando
pienso que todo lo que crece
su
perfección conserva un mero instante;
que las
funciones de este gran proscenio
se dan
bajo la influencia de los astros;
y que el
hombre florece como planta
a quien
el mismo cielo alienta y rinde,
primero
ufano y abatido luego,
hasta que
su esplendor nadie recuerda:
la idea
de una estada tan fugaz
a mis
ojos te muestra más vibrante,
mientras
que Tiempo y Decadencia traman
mudar tu
joven día en noche sórdida.
Y, por tu
amor guerreando con el Tiempo,
si él te
roba, te injerto nueva vida.
XVI
¿Y por
qué no es tu guerra más pujante
contra el
Tirano tiempo sanguinario;
y contra
el decaer no te aseguras
mejores
medios que mi rima estéril?
En el
cenit estás de horas risueñas.
Los
incultos jardines virginales
darían
para ti vivientes flores,
a ti más
semejantes que tu efigie.
Tendrías
vida nueva en vivos trazos,
pues ni
mi pluma inhábil ni el pincel
harán que
tu nobleza y tu hermosura
ante los
ojos de los hombres vivan.
Si a ti
mismo te entregas, quedarás
por tu
dulce destreza retratado.
XVII
¿Quién
creerá en el futuro a mis poemas
si los
colman tus méritos altísimos?
Tu vida,
empero, esconden en su tumba
y apenas
la mitad de tus bondades.
Si
pudiera exaltar tus bellos ojos
y en
frescos versos detallar sus gracias,
diría el
porvenir: « Miente el poeta,
rasgos
divinos son, no terrenales ».
Desdeñarían
mis papeles mustios,
como ancianos
locuaces, embusteros;
sería tu
verdad « transporte lírico »,
« métrico
exceso » de un « antiguo » canto.
Mas si
entonces viviera un hijo tuyo,
mi rima y
él dos vidas te darían.
XVIII
¿A un día
de verano compararte?
Más
hermosura y suavidad posees.
Tiembla
el brote de mayo bajo el viento
y el
estío no dura casi nada.
A veces
demasiado brilla el ojo
solar, y
otras su tez de oro se apaga;
toda
belleza alguna vez declina,
ajada por
la suerte o por el tiempo.
Pero
eterno será el verano tuyo.
No
perderás la gracia, ni la
Muerte
se
jactará de ensombrecer tus pasos
cuando
crezcas en versos inmortales.
Vivirás
mientras alguien vea y sienta
y esto
pueda vivir y te dé vida.
En Honor a William Sakespeare 1564 - 1616
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