El ‘Aleph’ de Borges


Una exposición resume en Casa América la vida y obra del escritor en el 30 aniversario de su muerte




Jorge Luis Borges escucha a Severo Sarduy en París, en 1982.


En su celebérrimo relato El Aleph, el escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), describe un punto del espacio que contiene todos los puntos del Universo (curiosamente ese punto se encuentra en un lugar bastante prosaico: el sótano de una vieja casa porteña). Mirando a ese Aleph, según la ficción borgiana, uno puede verlo todo al mismo tiempo y desde todos los ángulos posibles. Algo así, esa visión panóptica, pero en este caso sobre la obra y la figura del escritor, es lo que intenta aportar la muestra El infinito Borges, que se puede ver en Casa América hasta el 25 de mayo, coincidiendo con el 30 aniversario de su muerte.
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“Creo que es una de las exposiciones más completas que se han hecho sobre la figura de Borges, y no solo porque conste de 300 objetos originales, sino porque la hemos encarado a través de diferentes ejes temáticos, 25 secciones que incluyen todos los aspectos: su familia, su obra propia y compartida, sus prólogos, su relación con el cine o la de su familia con el presidente Sarmiento, etc”, dice Claudio Pérez Míguez, comisario de la exposición junto con Raúl Manrique.
Su idea es transmitir que, aunque la obra de Borges no es demasiado extensa comparada con la de otros grandes escritores, tiene una diversidad que raya en el infinito: poeta, relatista, articulista, editor, autor de letras de tango y, curiosamente, bibliotecario ciego: cuando le nombraron director de la Biblioteca Nacional argentina, en una cruel ironía del destino, lo ojos de Borges ya no podían leer el casi millón de volúmenes que le rodeaban. “Una obra finita pero con infinitas lecturas”, según explican los comisarios.



Aquí se encuentran primeras ediciones de todos sus libros (y de algunas de sus traducciones de William Faulkner o Virginia Woolf), manuscritos, plumas, cartas, discos, revistas, fotos y todo tipo de rarezas para deleitar el paladar de los mitómanos de Borges, esos que también aman los senderos que se bifurcan, las bibliotecas infinitas, las mitologías nórdicas, los espejos y los laberintos. Esos que buscan significados ocultos en las manchas de los tigres.
Se ve un ejemplar de firmado El Aleph que perteneció a Cortázar, otro de sus Poemas 1923-1943 que fue Gómez de la Serna, también la grabación en audio de una entrevista que el escritor concedió a Victoria Ocampo para la realización del libro Diálogo con Borges. De sus dos años de estancia en España se recupera el Wine, water and songs, de su adorado Chesterton, que compró de muy joven (en 1919) en la Granada y dató a lápiz. Además se encuentran aquí esas fotos del viejo Borges, ya con el pelo cano, acompañado de su mujer María Kodama (que fue también sus ojos) y con la mirada perdida porque ya no miraba este mundo pero quizás sí los mundos fantásticos que creaba en sus relatos.
Pérez Míguez y Manrique son, a la sazón, los responsables del Museo del Escritor (Galileo, 52), un lugar consagrado a mantener viva la memoria de los escritores en lengua española. En su espacio guardan más 5.000 objetos originales que han pertenecido a unos 150 autores: desde la pitillera de Miguel Delibes hasta la boina de Ernesto Cardenal, pasando por las gafas de Max Aub, los muñecos (luchadores mexicanos) de Rodrigo Fresán o un abrebotellas de Ramón Gómez de la Serna.

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