Soneto

Cuando gusté su amor lo hice hasta el fondo,
me emborraché en el fuego de su vino
y me fue tan de encanto su camino
que me quede dormido en lo más hondo.

La Venus dibujaba en el plafondo
de su ideal palacio sibilino
era un sueño fantástico y divino
como el de las honduras de Macondo.

Pero seguí en las curvas de su río
pidiéndole más bien lo más sombrío
que su extensión de luna y azahares,

porque a la luz del éxtasis, tan muda,
prefiero en el jardín de mis pesares
su luz menos sutil y más desnuda.

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