Ramón María
del Valle-Inclán es una de las figuras elevadas de la literatura española con
su ficción y su vivir imaginativo. Fue un creador virtual que le indujo a rechazar,
con magnifico desprecio o con graciosa inconsciencia a los elementos prosaicos
y condignos de su registro existencial. Dramaturgo, escritor y poeta
“Modernista” de la escuela de Rubén Darío, perteneció a la Generación del 98 y
nació en Villanueva de Arosa, el 28 de octubre de 1866, España.
Sin
deseos de abolengo Valle- Inclan no vaciló en hacer su propio árbol
genealógico, asumiendo el Don Ramón María Valle-Inclán en vez de su verdadero
nombre Ramón José Simón Valle Peña o sustituyéndole por marques de Bradomín y
prior de la Orden
de los Templarios; así se arrogó este novelista su nacimiento con poéticas
truculencias. Ramón Gómez de la
Serna su más lírico biógrafo, dice:”yo veo su adolescencia
cómo la de un seminarista que va a ser patriarca de la Indias ”
Construyó
su estilo y fantasías que comenzaron a darle popularidad con aires de
pendenciero, llevó en su pecho a Don Quijote, acompañado de Francisco de
Quevedo y el marques de Bradomín. Estudio abogacía en la Universidad de
Santiago, pero quería una profesión sin jefe. Se dirigió a México con
apasiónate disposición por la historia “de los capitanes y aventureros” para él
un país con equis era una tierra con el rango y sabor antiguo a la ilustre
letra. En su autobiografía de “Alma española” narra, “Este que veis aquí, de
rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo” No hay
datos fidedignos de sus episodios por México salvo que estuvo con los
revolucionarios y fumó marihuana. De regreso a Madrid con un sobrero de charro
mexicano sus extravagancias fueron notables.
En “Luces
de bohemia” una de sus mejores obras, Valle-Inclan recordaría sus tiempos de
ayunos de vagas ambiciones, cuando su casa era el Café Universal. Con los años
lo serian todos los de Madrid, nocherniego y literario, formó un trío de
bohemios con Rubén Darío y Alejandro Sawa. Quizás, por ello, Juan Ramón
Jiménez lo hallaba”enjuto, oscuro y
ahumado” pero lanzando frases musicales y plástica que alcanzaban la cima. El
teatro le encantaba y quiso ser actor, debutando en una obra de Benavente “La
comida de las fieras”. Unamuno lo definió como hombre de candilejas” su vida más que un sueño fue farándula”. Después
de escribir Valle-Inclan su libro “Femeninas y su Epitalamio”, y textos
apagados con un lirismo rebuscado, enderezó su camino creando su “Flor de santidad”, “Sonata de
otoño” y “Sonata de estío”, aflorando su prosa fuerte y lozana, pulcra y noble.
Es como si el romance floreciera de nuevo con ese encanto que no logró el filólogo ni el erudito, apoyado en las puras
voces populares. Luego, Valle-Inclan cuando la vida le obliga a un cambio de
estilo, desde el cántico a la burla, extraerá esencialmente el lenguaje de su
sarcasmo y consagrará como ninguno las locuciones descerrajadas de la plebe,
para evidenciar su dolor y sentimiento de fracaso. Como Francisco de Quevedo,
como los maestros de la picaresca, apreciándole en “El ruedo ibérico” y “Los
esperpentos”.
Valle
Inclán tan intenso en su vida como en su obra, llevó siempre presente el
hombre, identificándose con la
Generación del 98, así bautizada por Azorín. En ella se hizo
un lugar con un talante erguido, maestro en “juntar palabras que nunca
estuvieron juntas”. La
Generación del 98 fue más que sensitiva, resentida, que
reaccionó con la sensibilidad del resentimiento ante el último exterior de la
grandeza de España. Valle Inclan, no era apegado a fundar definiciones de su
Patria, era un artista puro y ciertamente indiferente a la política. Pero
presintió la fuerza violenta y oscura, el vigor humanal que había hecho a España grande. Sus
figuraciones antiguas, tendieron a
mantener la locura sublime de quienes descubrieron continentes. En sus momentos
más turbulentos produce dos libros excelsos “La pipa de Kif” y “El Pasajero”
con estos libros y “Voces de gesta” le abre las puertas al Modernismo poético.
En 1928 comenzó a dirigir la edición de su “Opera Omnia”. Su contradictoria
vida vuelve a declinar regresa a sus encuentros en los cafés y a su final, en
estos versos recoge su pesar: “Caballeros, salud y buena suerte/ Da sus ultimas
luces mi candil/ Ha colgado la mano de la muerte”. Marchose a Santiago donde lo
acogió el sanatorio, así rindió su alma en Santiago de Compostela el 5 de enero
de 1936.
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